Para faltar a la costumbre, llegué a la CAPU sobre la hora y corriendo con la maleta sobre la espalda y una bolsa de pan en la mano. Fui el último en subir al camión y al ocupar mi lugar pude constatar por la ventana que las siguientes horas serían de tormenta. A decir verdad, era un tema que me preocupaba muy poco pues las dos horas siguientes estaría en un cómodo camión rumbo a la ciudad de México. El viaje transcurría con normalidad cuando la carretera comenzó a cargarse de más vehículos, pero a decir verdad, nada parecía estar fuera de lugar: tráfico habitual en una ciudad cómo es la de México. Después de una hora de retraso, nos percatamos que algo andaba fuera de lugar, algo habría ocurrido, pero nadie sabía qué. Después de 2 horas de retraso (4 hrs de viaje) nos comenzaron a desviar de Zaragoza a las pequeñas calles que se encuentran en la lateral de la avenida, misma que se encontraba completamente desierta y moribunda, a excepción del monstruo naranja que pronto se fue a dormir. Al cabo de media hora y medio kilómetro después, una estampida furiosa de coches comenzó a correr por Zaragoza, sin embargo, a los pocos minutos, los coches comenzaron a moverse en reversa y algunos incluso, en sentido contrario. Desde la ventana del camión no se alcanzaba a ver el motivo por el cual los coches regresaban y nosotros seguíamos sin saber porque no nos movíamos, aunque por la lluvia, todos teníamos ya una ligera idea. De pronto, la lluvia se detuvo y el caos comenzó a desatarse: Una pasajera furiosa se levantó de su asiento y fue hacia el frente del camión solamente para insultar al chofer por su ‘alta ineficacia’ y solicitó que le abrieran las puertas, pues según ella, caminando llegaría más rápido. El chofer se limitó a responder que él no tenía la culpa del tráfico y después de muchos insultos, accedió a abrir la puerta: No volvimos a saber nada de la histérica mujer y mucho menos de la calma dentro de nuestro vehículo. Los coches ya no se movían, el motor del camión duró apagado aproximadamente una hora y el chofer incluso había salido de la unidad para platicar con algunos otros compañeros de otros viajes. Muchos pasajeros descendieron también para estirarse y tomar el frío aire, ya de madrugada y buscar sin éxito alguna tienda para comprar comida, cigarros y refresco, de pronto me sentí como un personaje más en ‘La autopista del sur’ de Julio Cortazar. Un pequeñito rayo de luz de asomó al escuchar muchos motores encenderse y los pasajeros que habían descendido subieron corriendo detrás del chofer y por fin logramos movernos de ahí la ventajosa distancia de dos kilómetros. El chofer bajó una vez más, pero esta vez impidió que los demás pasajeros abandonaran. Algunos minutos después, el chofer subió, encendió el motor y comenzó a moverse entre los coches con demasiado esfuerzo, gritando por la ventana ‘¡Me la voy a jugar, denme chance, me la voy a jugar!’ Los otros choferes como podían abrían espacio para nuestro transporte y 20 minutos después, llegamos al frente del problema: Un mar auténtico a la mitad de la ciudad. El conductor detuvo el autobús, pidió que nos sentáramos todos (algo que llevábamos una hora sin hacer) y dijo ‘Ustedes dicen si lo intentamos o no…el riesgo es alto, podemos quedarnos a la mitad’. Después de algunos segundos de pensarlo, tímidos, contestamos que sí, que si no llegábamos, pues ¡Viva México! Y ya ni modo. Una patrulla advirtió al camión por última vez ‘Solo uno ha pasado, dos ya se atoraron’. Bajamos por nuestras maletas y volvimos a subir al ADO que estaba listo para la aventura de la noche. Las luces interiores se encendieron por completo y los ahora 39 pasajeros nos volcamos sobre la parte frontal del vehículo que arrancaba en con dirección al impresionante charco de aproximadamente 2 metros de altura. Después de 4 horas y media, volvía a reinar el silencio, presa del nerviosismo. El conductor forzó el autobús, mismo que parecía fracasar por momentos, pues las luces se apagaban y regresaban y el motor tronaba bastante feo: aquellos nervios pronto se convirtieron en miedo. Después de aproximadamente dos kilómetros (según mis cálculos) el auto logró salir, sin embargo el motor no funcionaba adecuadamente y nos movíamos a 10 kilómetros por hora. De pronto, el camión se jaló y aceleró a fondo: lo habíamos logrado. Se escucharon algunos aplausos en el camión, aunque predominaron los suspiros… el resto del viaje transcurrió con normalidad, aunque con un ligero olor a alcantarilla. Llegamos a la terminal del Sur (Tasqueña) a las 3:30am aproximadamente, cinco horas después de lo planeado.
De cómo un charco es capaz de crear un caos.
lunes, 5 de septiembre de 2011
la culpa es de Borrego a las 20:00
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
4 weyes han dicho:
ufff!! Toda una aventura nocturna.
No imagino la desesperacion que se ha de sentir que te pase algo asi.
Lo bueno fue que intentaron y pudieron pasar el "charco" con exito jajaja
Saludos!!!n que se ha de sentir que te pase algo asi.
Lo bueno fue que intentaron y pudieron pasar el "charco" con exito jajaja
Saludos!!!
Me cae que tú necesitas una limpia muy cabrona xD.
Bueno, a mi me tocó hacer como 5 horas a Puebla cuando fui a ver a los G y eso que no teníamos que cruzar el mar xD
Saludos!
Que buena historia! quizá si yo hubiera ido en esa camión también me habría puesto histérica, me desespera esperar.
Saludos
Ian
Así es, es bastante desesperante, la neta si me dio un poco de miedo cuándo el wey se lanzó...imagina 14 horas ahí? :S Yo paso.
Taker
Si we, por eso le va mal al Neca we, porque estoy bien salao'
¿trafico? todo mundo iba a ver a los G porque al D.F. no vinieron, supongo.
NaTali
Y sobre todo sin tener nada que hacer, yo no pude ni dormir de la desesperación...
Saludos!
Publicar un comentario